Las ventajas de las
prácticas andragógicas y las constructivistas son evidentes, pero es necesario
advertir sobre algunas desviaciones que podrían poner en peligro su
intencionalidad primera.
1. La
práctica andragógica y constructivista no debe confundirse con una “libertad
académica absoluta” (libertinaje, anarquía del proceso de aprendizaje).
La práctica educativa
no es anormativa, debe existir una planificación del proceso que incluye el respeto
a los acuerdos asumidos.
No podemos escudarnos
en la andragogía y el constructivismo para ser irresponsables: el alumno con
formación andragogica no realiza las actividades educativas sin orden, sin
normas, sin considerar el respeto al docente o a la institución educativa. La
absoluta flexibilidad no existe: el alumno se evalúa objetivamente y no se
sobre evalúa.
2.
2)La
teoría andragógica y constructivista tampoco pueden ser el discurso legitimador
de la comercialización y pragmatización de la educación.
Es decir, la
masificación de la promoción de cursos, talleres, sin soportes académicos. Sin
un sentido, no sólo de la utilidad individual sino de la pertenencia con la
realidad social y con el compromiso de transformación.
Estamos conscientes,
tal como lo señalan los Doctores Briceño y Llano de la Hoz (1985), que “tanto
la pedagogía, como la andragogía, están obligadas a aceptar el recto que implica
la adopción de las nuevas tecnologías” (p130). Pero, -como advertimos al
principio- no puede ni debe mitificarse la tecnología, ni la información: el
primero es sólo un qué responde el constructivismo a la pregunta ¿para qué se conoce?
¿qué pertinencia tiene
lo que se aprende con la realidad del sujeto aprendiz? La educación no es
neutra como pretenden enmascarar los cientificistas de la educación.
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